domingo, 6 de diciembre de 2009

Reporte de lectura sobre el Prológo y la Introducción a la Fenomenología del Espíritu

La filosofía desde el inicio de los tiempos ha sido designada como un saber problemático de donde se tiene suficiente tela de donde cortar, para que se pueda tener la validez del conocimiento. Por tales características, en la época antigua se le llamaba la Madre de todas las ciencias, pues dentro de ella estaban insertas la psicología y la física. La filosofía fue perdiendo terreno a raíz de que los distintos saberes se separaron de ella para tener su propio campo de estudio; lo que ocasionó la proliferación de las ciencias como: la química, la psicología. Sin embargo, a pesar de que ocurrió esto en los siglos pasados, todavía subsisten varios embrollos de los que no se escapa: La pluralidad de corrientes filosóficas con ver al saber armónicamente; pues nos llevan a las diferentes contradicciones, donde las tesis defendidas por un filósofo, más tarde son refutadas por otro.
¿Cuál es la alternativa que tenemos para poder analizar el saber, basándonos en las disquisiciones filosóficas? Debemos aceptar que dentro de los diferentes cambios, subsiste la contradicción[1], y que no podemos desprendernos de ella, aunque lo intentemos hacer. El alcanzar el saber que nos dé la certeza de tanto los sensible –lo que ocurre en el mundo material- como de lo que ocurre en el plano de lo no sensible –Dios– debe fundamentarse en el espíritu que tiene relación con la abstracción, con la apelación a lo absoluto. Es el desenvolvimiento del espíritu el que nos permite dar cuenta de los cambios que operan desde el ámbito religioso hasta el político, para que seamos conscientes de las transformaciones que se dan a todos niveles. “El espíritu no permanece nunca quieto, sino que se halla en movimiento incesantemente progresivo.[2]
¿Lo que nos quiere decir que debemos comprender y entender las cosas de manera sistemática puntual y articulada? Sí. A pesar de que en antaño, sólo lo científico, correspondiera al campo de la experiencia –los experimentos realizados por Newton, al enunciar la ley de la gravedad- que es verificable y contrastable. En este sentido el espíritu, viene a ser aquello que salva del olvido las cuestiones abstractas que no tienen correlato con lo empírico. Se tiene que realizar un mayor esfuerzo, y tener entusiasmo para poder tener éxito en tal empresa.
Para que ello sea posible, el individuo tiene que realizar un gran esfuerzo por conocer, por tener al alcance de sí el saber de manera completa y no parcial. La naturaleza del ser humano es inacabada[3], por lo que constantemente puede descubrir e innovar diferentes cosas en beneficio de la humanidad, pero para ello se exige que haya un sacrificio, y la disposición hacia el progreso. Ello es posible, si el sujeto se conduce con el saber filosófico, para poder ver los pros y contras de cuestiones como el aborto y la dignidad de la persona. “Si es cierto que el embrión es en sí un ser humano, no lo es, sin embargo, para sí; para sí el ser humano sólo lo es en cuanto razón cultivada que se ha hecho a sí misma lo que es en sí.[4]” El individuo no se tiene que conformar con las opiniones vertidas que se encierran alrededor de él, y que son la causa principal de que a la filosofía se le vea de manera rara; como un saber que no aporta grandes ideas y que no sirve para nada. La opinión del vulgo descansa en que a casi cualquier cosa se le puede catalogar de filosófica[5] –en nuestros tiempos varios comentaristas de deportes se atreven a decir que existe una filosofía del fútbol.
Nuevamente es el espíritu el que nos salva y nos lleva al fundamentación, a la mirada crítica de la realidad. En tanto, debemos comprender que la mayor fuente de certeza y confiabilidad, la encontramos en el saber filosófico, en contraste con lo que ocurre con saberes de la talla de las matemáticas[6] y la historia. Descartes, cuando creyó encontrar las ideas claras y distintas por medio del complejo mundo de las matemáticas; al final de cuentas resultó ser algo problemático, que en realidad no nos daba los elementos para poder encontrar la verdad. Él mismo Descartes, quizá tardíamente se dio cuenta de ello, al postular que el único que nos puede dar la garantía de la certeza es Dios. Para poder encontrar las cosas en sí mismas o saber en realidad que es un triángulo, tenemos que recurrir al saber filosófico, donde se habla críticamente de las causas, de la universalidad. Del mismo modo ocurre con la Historia, que no ve más que en los acontecimientos hechos contingentes –las diferentes épocas de la historia– que requieren múltiples revisiones para que tengamos una versión digna de ser contada.
Dentro de la fenomenología del espíritu se pretende hablar del proceso que nos lleva a entender todas las cuestiones que se tejen dentro de la realidad, lo abstracto lo que tiene correlación con la razón, es lo que lo hace posible, pues la dialéctica se convierte en el proceso de la lucha de contrarios. “Este movimiento dialéctico que la conciencia lleva a cabo en su objeto en cuanto brota ante ella el nuevo objeto verdadero, es propiamente lo que se llamara experiencia[7]”. Hay un reconocimiento entre el sujeto y el objeto, pues ambos perviven y no pueden estar separados. Además otra de las cuestiones que se pretende tratar con la fenomenología es del acercamiento que puede tener el sujeto al saber de manera científica y bien fundamentada. Muchas veces, se piensa que las cuestiones que a primera vista parecen insignificantes no deben someterse a una revisión, a un examen cuidadoso que nos permita analizar y clarificar cada uno de los puntos que se encuentran en ellas. Se debe ver en la racionalidad, como uno de los grados más importantes de la realidad, en donde hay que someter críticamente a las cuestiones del mundo, si uno se quiere empeñar en tener una mirada más crítica.










Bibliografía:
Hegel, G. W.F “Prólogo, Introducción” en Fenomenología Del Espíritu, México, Fondo de Cultura Económica, 2004.


Elaboró: María Georgina Quintero Sánchez

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